martes, 1 de septiembre de 2015

Fuego

Hace mucho tiempo nací del golpe entre dos rocas. Caí, pequeño y nervioso, a unas hojas secas rodeadas de piedras. Me abracé a una de ellas con fuerza. Era joven y temerario, y corrí por sus fibras, la mordí, absorbí su ser y crecí. 
Cambié del amarillo al naranja, y consumí esa hoja. Había otras a los lados, debajo también había algunas. Las quería todas, todas para mí. Apenas había acabado con una, que estaba empezando con otra, y otra, y otra...
Cambié del naranja al rojo. Rojo que acababa con todo y quería más. Un simpático hombre que acercaba sus manos a mi cuerpo bermellón tuvo la bondad de poner a mi alcance algunos trozos de madera dignos de un festín. Podría haberlos comido poco a poco, podría haberlos lamido con más decoro, pero no podía parar. Acaricié esos trozos de madera con mi flamígero ser, y oscurecían, crujían, se consumían, y se volvían humo. 
Me crecí. Crecí demasiado y seguí extasiándome con tan ricos manjares que dejaban de ser suficientes. Quería más, necesitaba más y nadie me lanzaba madera, ni siquiera una hoja... 
Empecé a menguar, encogía poco a poco. El rojo se convirtió en naranja, me abracé a una ramita y se consumió. El naranja pasó a ser amarillo, y me agarré a la vida mordisqueando una hoja. Era tan pequeño como al principio, pero ya no había nada, tan solo un desierto de arenas grises. Pasé del amarillo al gris del humo que quedó y las cenizas con las que escribo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario